La ardua búsqueda del enchufe (II)

Por si no lo recordáis nuestros amigos se dirigían a la ansiada zona wifi de la entrada.

Pero la tierra prometida no es tan buena como la pintan. En la entrada hay dos mesas hipercutres y llenas de montones de periódicos en precario equilibrio, por si fuera poco las sillas se asemejan más a un tobogán que a cualquier asiento. Desilusionado pero sin perder la esperanza encabezas la expedición hacia otro lugar, apartándote de ese sitio que algún día debió ser magnifico pero que ha ido degenerando con el paso del tiempo.
Una vez os habéis alejado os paráis a decidir cual es el siguiente paso a seguir.
¿Encaminaros a la biblioteca o al aula de estudio? Imposible, a no ser que queráis molestar a vuestros compañeros.
¿Algún aula libre? En este momento se os ilumina la mirada, mirando con adoración a quien a tenido la idea que a su vez levanta la barbilla con orgullo.
Sin más dilación os encamináis hacia el pasillo de las aulas, pero lo que no sospechabais era que habíais elegido una hora muy mala para tener esa idea. Las aulas están ocupadas, sin excepción, por alumnos de 4º y 5º, separados en los grupos de las diferentes ramas.
Desesperados al ver que todas vuestras ideas han sido un fracaso y agobiados porque casi no os queda tiempo para acabar el trabajo, cuya fecha de entrega se aproxima implacable cada segundo que pasa, empezáis a dar vueltas por la facultad sin saber exactamente a dónde os dirigís.
Al final, cuando ya te duelen los brazos de tanto arrastrar la bolsa de un lado a otro, ves frente a ti algo maravilloso. Brillando a escasa altura del suelo un precioso enchufe te mira fijamente con sus dos ojillos negros. Sin pensártelo demasiado coges tu cable e introduces el enchufe suavemente en los orificios, es casi orgásmico.
Y así es como acaban tres personas debatiendo sobre los vectores de enfermedades, sentadas en el suelo de un pasillo, con un ordenador sobre las rodillas.